martes, 28 de marzo de 2023

EL ORIGEN DE LAS TENSIONES EN SITUACIONES ESTRESANTES


Sentir miedo es normal y necesario; lo produce el instinto de conserva­ción y es una forma natural de estímulo enérgico, justamente cuando es más necesario. Sin embargo, es preciso controlarlo para no caer en el pánico.

Es consciente cuando resulta de una situación conocida, pero aparece fre­cuentemente a nivel inconsciente creando un sentimiento de preocupación y depresión, incomodidad o ansiedad, no definida.

Todo ello crea un malestar que puede agravar la salud y restar mucho a nuestras posibilidades de supervivencia.

El miedo afecta al control de nuestra conducta, pudiendo llegar a conver­tirse en pánico, que provocará reacciones negativas, ya que desboca la ima­ginación, además de inhibir los reflejos e impedir la reacción contra las causas que lo motivan.

La separación entre valentía y cobardía o entre precaución y pánico no es clara a veces, por cuanto el miedo puede conducir a valentía temeraria o a precaución inútil o peligrosa. El control adecuado se conseguirá mediante una serena estimación y una vigilancia constante de la propia conducta.

Los síntomas del miedo son:

— Taquicardia.

— Temblores.

— Dilatación de las pupilas, aumento de tensión muscular, fatiga, seque­dad de boca y garganta, agudización de la voz, sudor en manos y pies, náuseas, molestias en el estómago.

— Locuacidad en el primer momento y mutismo en los estados más avan­zados.

— Irritabilidad y hostilidad.

— Sentimientos irreales, pánico, estupor.

— Confusión, pérdida de memoria, incapacidad patente de concentra­ción.

El miedo será controlado:

— Investigando sus causas y no sus efectos.

— Con voluntad de vencer.

— Con autoconfianza.

Para superarlo se deberá actuar así:

— Reconocerlo, comprenderlo y aceptarlo.

— Pensar, planear y actuar, aunque se sienta temor, con lógica y pensan­do en problemas más importantes.

— Pensar que todo depende de uno mismo, así como su superación.

— Mantenerse física y mentalmente ocupado, descansando cuanto sea necesario.

— Anticiparse a los acontecimientos para evitar la sorpresa.

— Pensar en familiares y amigos de una manera positiva, como una fuer­za que impulsa al regreso.

— Sacar partido a todo lo que le rodea.

— Investigar; cuanto mejor se conozca el entorno, menor será el temor a lo desconocido.

— Pensar que la causa del miedo es debida a algo conocido que todavía no ha sido descubierto, y no basarlo en algo irreal o ficticio.

— Si se es creyente, buscar ayuda moral en los sentimientos religiosos, y si no, en la solidaridad humana.

La soledad

El hallarse de repente solo y abandonado, en un terreno desconocido, supone un trastorno de toda personalidad, un choque psíquico.

La soledad se relaciona con el aislamiento y el miedo. Puede ser especial­mente grave en el caso de personas sensibles a la soledad y que se encuentren sin compañía. La falta de autoconfianza y la apatía contribuyen a agravarla.

También, a veces, puede ser causa de pánico, conduciendo a la desespera­ción, a ideas de suicidio, a descuido que facilite la captura e incluso a la ren­dición sin lucha.

Para superarla se deberá:

— Hablarse a sí mismo de forma positiva.

— Mantener una actividad constante.

— Planear y pensar continuamente.

La desmoralización

La importancia de la moral es innegable, y de ella dependerá el resultado. Una moral elevada ayuda a mantener la disciplina, lo cual es imprescindible para sobrevivir individual o colectivamente.

La falta de confianza en sí mismo, en las propias creencias y en la misión, hará que en una situación de crisis se produzca la desmoralización, lo que traerá consigo una actitud de pasividad ante cualquier riesgo o peligro.

El nerviosismo

El nerviosismo crea un estado de ansiedad que lo hace a uno descuidado e impaciente, exponiéndose muchas veces a riesgos innecesarios.

El nerviosismo conduce también a la irritación, la cual impide razonar. Cúando esto ocurra, conviene detener las actividades y calmarse, empezando de nuevo.

El dolor, las heridas, la enfermedad

En el aspecto fisico, en una gran mayoría de los casos, el individuo se encontrará con un vigor muy disminuido y una salud debilitada por las priva­ciones y heridas, que, lógicamente, también repercutirán en su moral.

Mientras se busca o aplica un remedio, hay que poner en juego la fuerza de voluntad para no dejarse dominar por el dolor.

Hay que pensar que, por encima de heridas o enfermedades, está el cum­plimiento del deber y la voluntad de sobrevivir, concentrándose en el planea­miento y decisión de lo más urgente, con una ocupación constante.

El cansancio, la sed, el hambre, el sueño

Todos ellos disminuyen la capacidad física y psíquica, nos hacen descui­dados e incrementan las posibilidades de ser capturados.

Hay que juzgar las posibilidades reales para caminar, transportar equipo o trabajar; después planear, evitando la extenuación con el adecuado descan­so y sueño.

El frío, el calor

Estas dos sensaciones son dos factores desestabilizantes del equilibrio del individuo.

El frío adormece el cuerpo, disminuye la corriente sanguínea y produce sueño. Un cuerpo entumecido por el frío está preparado para morir.

El calor produce debilidad y apatía. Tan peligroso como todo eso son los cambios bruscos de temperatura de ciertas regiones, así como las corrientes de aire que actúan como un refrigerador, disminuyendo la temperatura cor­poral.

La temperatura normal del hombre es de 36,7° C, y cualquier variación en ella produce una disminución de la eficacia. Un incremento de 3 a 5° sobre lo normal, durante un período prolongado, puede producir la muerte.

NECESIDADES

La convivencia con la tensión o estrés

En una situación de supervivencia son muchas las causas que pueden pro­ducir estrés, sobre todo el miedo a lo desconocido, que, si no es controlado, puede desencadenar una serie de mecanismos que lleven al individuo y al grupo a su autodestrucción. El exceso de tensión atonta y se relaciona con el pánico, la angustia y la psicosis colectiva. La tensión influye en el rendimien­to, la moral y la capacidad de trabajo.

En la vida en comunidad el hombre se carga de una serie de afectos some­tidos a una escala de valores. Desde una situación de supervivencia, el único afecto, el único objetivo, es la preservación de la vida. En cuanto éste cede, el fin está próximo.

Ante el problema de la tensión, el primer paso debe ser la reflexión.

Se podría pensar que el ideal sería la eliminación total de la tensión, pero esto traería consigo la pasividad ante el peligro, así como una disminución de la capacidad de aprendizaje.

La experiencia demuestra que sin llegar al estrés, la inquietud crea defen­sas ante el peligro. Eliminarla por completo significa renunciar a una impor­tante fuerza impulsora en el mecanismo de la vida. Algo de tensión, ese hormigueo que padecen algunas personas, ese nerviosismo del paracaidista antes del salto, resulta indispensable cuando se trata de demostrar de lo que uno es capaz.

Lo importante es aprender a convivir con la tensión de manera que nos estimule, pero no nos destruya.

El hombre ha de emplear la razón para obligarse a prestar atención, pero no asustarse, por un acontecimiento peligroso o amenazador. Es necesario pensar, para evitar el estrés, que todo problema tiene una solución y que el conocimiento, la conciencia de ese peligro o amenaza, es el primer paso para su solución.

El crear un "espíritu de equipo" absorberá parte de estas tensiones inter­nas, cohesión que se obtendrá fundamentalmente fomentando el compañe­rismo.

La organización

El hombre no vive solo, ni puede hacerlo totalmente; la dependencia, el intercambio, no sólo no acaban con su libertad, sino que le ayudan a sobrevi­vir. Las actitudes individualistas disminuyen las posibilidades de salir ade­lante.

En esta organización será tan importante la actuación del Jefe como la entrega que cada uno de sus miembros haga de sus posibilidades en benefi­cio de la unidad. El trabajo en comunidad, bajo las reglas de una organiza­ción, ayuda a vencer o disminuir la tensión.

Los conocimientos y experiencias de cada uno y la actitud de aprendizaje de los demás, favorecen los lazos de solidaridad, creando unas actitudes más sociales, lo que traerá consigo una organización más perfecta, e individual­mente un aumento de la autoconfianza.

Una buena estructuración del grupo, no sólo aumentará el rendimiento en el trabajo, sino que, además, levantará la moral.

Mando enérgico y capacitado

La falta de mando o debilidad en el mismo, conduce al desorden, la con­fusión y la indisciplina.

El Jefe de la Unidad debe tomar todas las decisiones en cualquier situa­ción y dar las órdenes para que éstas puedan llevarse a cabo.

Bajo ninguna circunstancia deberá ceder el mando que le corresponda a ningún otro por muy capacitado que le parezca y mucho menos dejárselo arrebatar por quien la casualidad o la audacia haya colocado en una posición preponderante.

Para mantener el prestigio y la superioridad sobre los hombres, el mejor medio es la capacitación técnica, auxiliada de una buena forma física y gran energía, pero puesto que es imposible dominar a la perfección todas las acti­vidades necesarias y pueden existir subordinados con más experiencia, habi­lidad o capacidad en determinados aspectos, será una buena medida de mando solicitar información y asesoramiento de ellos, conservando siempre la facultad de decidir.

Por encima de todo, el Jefe debe evitar siempre cualquier apariencia de indecisión y, sobre todo, disimular cualquier decaimiento anímico o enfer­medad, pues afectará muchísimo a la moral de sus subordinados.

El ejemplo ha sido y es siempre el mejor medio para asegurar el afecto y respeto de los subordinados y, en estas situaciones críticas, la única forma de asegurarse la obediencia voluntaria y el máximo esfuerzo de los hombres.

El Jefe debe dar ejemplo constante participando activamente en todos los trabajos y sufriendo con sus hombres las incomodidades, sometiéndose al mismo racionamiento y género de vida, sin recabar para sí ningún trato espe­cial a costa de mayor trabajo o necesidad de los demás.

La disciplina

La disciplina es la base de toda organización militar. Una estricta auto­disciplina contribuirá a mejorar la situación de supervivencia individual o de grupo. Mantener un buen aspecto, tanto físico como anímico, levantarse al amanecer, marcarse un horario, la higiene personal, la limpieza de la zona, etc., ayudarán a mantener la presencia de ánimo.

La fatiga, las privaciones, etc., conducen inevitablemente a una pérdida de moral, que se traduce en actos de indisciplina que es necesario cortar radical­mente apelando a las medidas más enérgicas.

El Jefe vigilará directamente a sus hombres para evitar las discusiones, las peleas, la murmuración, la resistencia pasiva, el incumplimiento de las órde­nes y la negligencia. Debe ser justo y equitativo en la distribución de misio­nes, peso a transportar, raciones, etc., y que las medidas disciplinarias que tome ni sean ni parezcan arbitrarias, injustas, inoportunas o debidas a consideraciones personales.

Sanidad e higiene

Ante una situación de supervivencia, los débiles, los heridos y los enfer­mos, tanto reales como imaginarios, son los primeros en abandonarse tanto en la cura de sus dolencias como en las prácticas de higiene.

La Unidad debe velar para el cumplimiento, por todos sus miembros, de las normas dictadas al efecto, ya que el primer paso para la relajación de la disciplina y el decaimiento moral es el abandono de la higiene personal. Ade­más, el mantenimiento de una estricta higiene y limpieza es la norma básica en la prevención de enfermedades.

El descanso

El estar lejos del enemigo, en un lugar seco y seguro, que proporcione unas horas de descanso, puede ser la mejor medicina para el cuerpo y la mente, en una situación de supervivencia.

El nivel de cansancio y la defensa ante el mismo marca la posibilidad de supervivencia.

El sueño, en su forma y duración, está en función del posible enemigo o peligro, tanto fisico como psíquico (miedo, preocupación, etc.).

No es la duración del sueño la que determina el proceso de recuperación del organismo, sino su profundidad. Sin embargo, el abandonarse a un sueño profundo puede acarrear graves consecuencias ante un peligro inmediato.

La forma física

El mantenimiento de la actividad física constante no sólo sirve para man­tener el cuerpo en condiciones de enfrentarse a cualquier situación, sino tam­bién la mente ocupada y, por tanto, apartada de preocupaciones negativas.

En el reino animal, todos sus miembros mantienen dicha actividad, ya que el relajo o descuido de la misma los hace ser fácil presa de sus enemigos. 

Los inconvenientes del desgaste energético que pueda suponer el mante­ner una continua actividad, se ven ampliamente compensados por un mayor rendimiento y la percepción de un mejor estado físico y psíquico (menos cansancio y hambre, aunque parezca paradójico, menos angustia y moral más elevada).





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